Tara Magner, Director, Chicago Commitment, reflects on listening to and learning from communities and critics.


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When the Chicago Commitment team began its work in January 2016, we set out to develop our strategy in a new way—rethinking our grantmaking locally. While MacArthur has been active in the metropolitan region since its founding, the creation of the Chicago Commitment represented an opportunity to revisit what we value, what we support, and how we operate.

In our many conversations with colleagues and critics in those early days, we heard that Chicago’s people and its civic sector wanted to see MacArthur operate in genuine partnership with communities. Many lamented how foundations in general, and MacArthur in particular, had moved away from developing ideas collaboratively with community-based organizations and toward “strategic philanthropy,” where they felt a vision for social change was imposed from on high.

Chicago’s people and its civic sector wanted to see MacArthur operate in genuine partnership with communities.

As our team hits the five-year mark, I have reflected on the progress we have made in changing how we work in the metropolitan region, and on all that still lies ahead. In 2016, community leaders demanded that MacArthur allocate more resources directly to local communities of color. In 2020, leaders pressed funders to send emergency relief to the communities most affected by COVID-19, especially to Black and Latino/a/x residents. They also called on donors to maintain that support, recognizing that the immediate needs stemming from COVID-19—access to health care, jobs, and wealth creation opportunities—were triggered by decades of racist policies and practices and have been present in Chicago all along. In the end, both 2016 and 2020 prompted calls for the same thing: for foundations to work with residents to identify problems, develop solutions, and place resources into the hands of community leaders who steer that work.

Over the past five years, our team has emphasized funding community-based organizations, led by individuals who are trusted by and represent the communities they serve. We examined the ways in which our processes may have left some organizations feeling like they were ineligible, or simply unwelcome, to seek support. We rewrote our grantmaking priorities and began to use participatory grantmaking tools to shift power outside the Foundation. In some areas, we now have an open call for queries, which are then reviewed by an external panel. In other areas, we have invited community leaders to nominate peers who they believe are doing extraordinary work, and then we support those recommendations. We have worked closely with peer funders to support movement building through the Chicago Racial Justice Pooled Fund, to prevent gun violence through the Partnership for Safe and Peaceful Communities, to elevate pathbreaking individuals through Leaders for a New Chicago, and to recognize the rich diversity of Chicago’s Cultural Treasures.

We were pressed to take a stronger stance on racial equity and racial justice, and to call out anti-Black racism, in particular.

We know that there is a great deal more to be done and that our team must continue to listen, learn, and evolve. Last summer, we held several informal focus groups—again with colleagues and critics—to discuss our changing priorities and to seek advice and feedback. As we expected, and as we always welcome, we received a strong dose of tough love.

We were pressed to take a stronger stance on racial equity and racial justice, and to call out anti-Black racism, in particular.

We were urged to support community-sourced power through organizing and local ownership to ensure that assets (whether political or physical) remain under local control and do not reinforce racism or spur gentrification. On that same note, we were challenged to pay attention to language and speak first of the assets in our communities and not only of the sources of systemic and historic marginalization.

We were dared to use MacArthur’s name and reputation more boldly—to seize the bully pulpit when MacArthur’s voice can carry weight and influence our peer funders.

While we never want to lose a sense of our humility, or fail to show our profound respect for our colleagues in philanthropy, we heard all these calls to action and will reflect them in our work. As always, we invite reactions and feedback that can help us improve what we do and how we do it as we seek to serve the city we call home.

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Reflexión de la Directora: Compromiso por Chicago


por Tara Magner

Cuando el equipo de Compromiso por Chicago comenzó su trabajo en enero de 2016, nos propusimos desarrollar nuestra estrategia de una manera nueva (repensar nuestra concesión de subvenciones a nivel local). Si bien MacArthur ha sido activa en la región metropolitana desde su fundación, la creación del Compromiso por Chicago representó una oportunidad para revisar lo que valoramos, lo que apoyamos y cómo operamos.

En nuestras muchas conversaciones con colegas y críticos en esos primeros días, escuchamos que la gente de Chicago y su sector cívico, querían ver operar a MacArthur en genuina asociación con las comunidades. Muchos lamentaron que las fundaciones en general y MacArthur, en particular, hubieran abandonado la práctica de desarrollar ideas en colaboración con las organizaciones comunitarias, enfocándose en una “filantropía estratégica,” en la cual, pensaban, se imponía, desde arriba una visión de cambio social.

En atención a que nuestro equipo cumple cinco años de vida, he reflexionado sobre el progreso que hemos tenido en cambiar la forma en que trabajamos en la región metropolitana, y sobre todo, en lo que aún queda por delante. En 2016, varios líderes comunitarios exigieron que MacArthur asigne más recursos directamente a las comunidades locales y a las personas de color.

En 2020, diversos líderes presionaron a las financiadoras para que enviaran ayuda de emergencia a las comunidades más afectadas por COVID-19, especialmente a las comunidades Negras y Latinas. También pidieron a los donantes que mantuvieran ese apoyo, reconociendo que las necesidades inmediatas derivadas de COVID-19 (acceso a la atención médica, empleos, y oportunidades de creación de riqueza) fueron provocadas por décadas de políticas y prácticas racistas presentes también en Chicago. Al final, tanto 2016 como 2020 generaron llamados por la misma razón: para que las fundaciones trabajen con las personas de las comunidades locales, para identificar problemas, desarrollar soluciones y colocar recursos en manos de los líderes comunitarios que dirigen ese trabajo.

Durante los últimos cinco años nuestro equipo ha enfatizado el financiamiento de organizaciones de la comunidad dirigidas por personas que cuenten con la confianza y representación de la comunidad a la que sirven. Examinamos la forma en que nuestros procesos pudieron haber dejado en algunas organizaciones la sensación de que no eran elegibles o simplemente no eran bienvenidas para recibir apoyo. Rediseñamos nuestras prioridades en materia de subvenciones y comenzamos a utilizar herramientas participativas para el otorgamiento de las mismas y así compartir la toma de decisiones con actores externos a la Fundación.

En algunas áreas tenemos actualmente una convocatoria abierta para consultas, que luego son revisadas por un panel externo. En otras áreas, hemos invitados a líderes comunitarios para que nominen a personas que consideren están haciendo un trabajo extraordinario, para luego nosotros apoyar esas recomendaciones.

Hemos trabajado en estrecha colaboración con donantes similares a nosotros; con el “Fondo Común de Justicia Racial de Chicago”  para apoyar la organización de movimientos, con “La Asociación para Comunidades Seguras y Pacíficas” para prevenir la violencia con armas de fuego, con “Líderes por un Nuevo Chicago” para elevar a personas pioneras, y con “Tesoros Culturales de Chicago”  para reconocer la rica diversidad de la ciudad.

Sabemos que hay mucho más por hacer y que nuestro equipo debe seguir escuchando, aprendiendo, y evolucionando. El verano pasado organizamos grupos informales específicos (nuevamente con colegas y críticos), para discutir sobre los cambios en nuestras prioridades y recibir consejos y retroalimentación. Tal como esperábamos, obtuvimos una fuerte dosis de cálido aprecio, la cual fue bien recibida.

Fuimos persuadidos para adoptar una postura más firme en relación a la equidad y a la justicia racial, así como para denunciar el racismo en particular contra la población Negra.

Se nos instó a apoyar el poder de origen comunitario a través de la organización y la propiedad local para garantizar que los activos (ya sean políticos o personales) permanezcan bajo control local y no refuercen el racismo ni estimulen la gentrificación. En ese mismo sentido, tuvimos el desafío de prestar atención a la terminología y comenzamos a hablar primero en términos del valor y los activos y la riqueza que existe en nuestras comunidades y no solo de las fuentes de marginación sistémica e histórica.

Nos atrevimos a usar el nombre y la reputación de MacArthur con más audacia, para tomar la iniciativa ahí donde la voz de MacArthur pudiera tener peso e influir en otros donantes, nuestros colegas.

Si bien no queremos perder el sentido de nuestra humildad o dejar de mostrar nuestro profundo respeto hacia nuestros colegas en la filantropía, escuchamos todos estos llamados a la acción y se reflejan en nuestro trabajo. Como siempre, estamos abiertos a la crítica y a la retroalimentación que nos ayude a mejorar lo que hacemos y la forma en que lo hacemos, mientras buscamos servir a la ciudad que es nuestro hogar.